Tíbet. A partir del 16-sep-2010
Tíbet, último grito, es el resultado de culminar un viaje de conocimiento al País de las Nieves. Sueño imposible de realizar para la mayoría de los periodistas extranjeros en China.
Tíbet, invasión 1959. Éric Meyer, instalación en China 1987. ¿Cuántos artículos escritos?, ¿cuántas horas de documentación, reflexión y conversación con expertos, tertulianos y nativos afines o no al régimen?
Se nos propone un viaje de comprensión entre dos extremos. Por un lado el azul de la costa (Beijing), foco del desarrollo chino, del materialismo, de la búsqueda de la modernidad, con un ritmo rápido, voraz. Por otro, el azul del cielo (Lhasa) tierra de los dioses, de la espiritualidad y el anclaje pertinaz en el pasado, donde el hombre, llegado el momento final, busca una comunión completa con la naturaleza, un regreso al origen de la vida.
De inmediato se plantea si no será un yinyang chirriante en el que la posibilidad de fluir de uno al otro lado, pasa por la irremediable y absoluta claudicación de una de las partes.
Para responder, Meyer nos plantea un abanico de situaciones y personajes y no se sustrae a utilizar el escáner antropológico, político, económico-social y cultural. Se reproducen conversaciones y se analiza en voz alta. Nunca su pulso es diletante, ni las respuestas planas. Dualidad o multiplicidad, opinión contrastada, reflexión sobre la posibilidad o no de convivencia de gentes que comparten un territorio eso sí, sin ningún género de duda, ocupado.
El libro comienza cuando Meyer y sus compañeros de viaje Brigitte, el fotógrafo Laurent y el intérprete y amigo Li Feng, a bordo del T27, tren que une Beijing con Lhasa, responden a la interpelación de unos comerciantes que buscan fortuna en el nuevo Oeste, la tierra de “todas sus esperanzas”. En el tren, dispersos, una docena de militares armados. Un poco más allá, cinco jóvenes tibetanos, en perfecto mandarín, les dan la bienvenida al Tíbet.
En este habitáculo limitado se recrea la realidad del inmenso Tíbet (equivalente a dos Españas y media). Los comerciantes, pertenecientes a la etnia han (96% de la población china) expresan en alta voz los esfuerzos del régimen chino para ayudarles a desarrollarse, en contraste con el desagradecimiento de los oriundos, que ensalzan al Dalai Lama, insensible a su miseria y únicamente interesado en animar tumultos.
Ante la arriesgada posibilidad de ser increpados por los extranjeros sobre dichas provocaciones, los jóvenes se pierden en el pasillo del T27.
Tal es el clima en el que se desarrolla el viaje: vigilancia, censura, precaución. Por descontado, no faltan estrategias para escapar a una agenda unilateralmente preparada por las autoridades chinas. Sólo así se recogen susurros sobre el número de encarcelados de un templo en un encuentro furtivo con un monje de
“mirada de bestia abatida”.
El afecto por el Tíbet de otros “han”, de franceses o ingleses allí residentes, se mezcla con el de otros tibetanos, considerados traidores al ocupar puestos de poder en la administración china en la fe de que sacarán del retraso y la pobreza a su pueblo.
Todos están presentes, cada uno con sus verdades. Los que odian y los que desprecian. Los que reprimen y los reprimidos. Los ausentes en el exilio, los beneficiados por el éxito económico y los que intentan hacer realidad sus sueños. Los que lloran sus muertos y penan por los detenidos. También los olvidados, ex pastores nómadas que deambulan por las tierras más altas del mundo bajo una luz cegadora y un cielo azul brillante sin encontrar ni el consuelo de los dioses ni el confort de la modernidad.
Entre todos ellos, el autor alumbra claroscuros, explica opiniones encontradas o, simplemente, explicita todo aquello que se obvia, por desconocimiento o por expresa voluntad, con un objetivo claro:
Tibetanos y han, dos culturas venerables y antiguas, no se comprenden, pero tienen igual legitimidad y cosas a aportarse mutuamente. En estas condiciones, la única cosa que queda por hacer a estas gentes condenadas a vivir juntas, es trabajar para hacerse la vida menos dura.
Y nosotros, visitantes, testigos, lectores, tercera parte en litigio, podemos ayudarles a limar asperezas, haciendo evolucionar su propia imagen en un sentido menos sectario, rechazando las dos tesis extremas, tanto la de Pequín como la del entorno del Dalai Lama.
Y entre tanto… la explotación minera, la agricultura intensiva y la utilización de abonos, los turistas-cazadores, la utilización de pieles de animales en vías de extinción para prácticas rituales… unos buscando parecerse a dioses: controlando y manipulando la naturaleza, y otros tratando de acercárseles ofreciéndoles sus criaturas. Todo con un mismo resultado: la expoliación del Tíbet y la posternación en su fragilidad.
Las preguntas no cesan: ¿puede vivir el Tíbet ajeno al desarrollo, aislado en el Techo del Mundo? ¿Puede vivir China, de espaldas a la espiritualidad, desoyendo las voces de las almas inmersas en el ritmo frenético de desarrollo de la costa? ¿China podrá desarrollar el Tíbet sin contar con él, sin preguntarle su opinión?
Las páginas del futuro están por escribir. Meyer sólo se propone abrir vías alternativas de concienciación y de actuación porque, a su parecer, la obstinación en una sola de estas “verdades”, la material o la espiritual, conllevará guerra, muerte y destrucción.
Salpicando estas reflexiones, olores, colores, sonidos y paisajes. Detalles íntimos como la sobria decoración de una casa tibetana, la simbología de la comida y sus aromas o la imaginería religiosa tibetana. Y, por encima de todo, la bravura, la humildad, la generosidad, el palpitar de sus gentes a la sombra de altísimas montañas, bajo un cielo azul brillante, esa luz deslumbrante y la embriaguez a la que lleva la falta de oxígeno.
Meyer, buen compañero de viaje, adereza la narración con su humor que, cuando no alcanza el grado de carcajada, nos ofrece la bendición de la sonrisa. La humanización y credibilidad de personajes
y situaciones, queda así rubricada.
ENGLISH
Between September and October 2008, Laurent Zylberman, photographer and Éric Meyer, a journalist, were among the few westerners since the riots of March 2008, authorized to do a report on the Tibet Autonomous Region. They tried to draw a nuanced portrait of a country where two cultures confront and often clash.
Travelling by the new railroad linking Beijing to Lhasa, they sometimes trick to pull on the sly, usually in the evening, some pictures or a few secrets, sometimes meekly followed the marked route that had been granted, and inviting us to a dual approach in which the second is perhaps not the least interesting. The immediate impression given off by the images of Laurent Zylberman is a region under surveillance: the ubiquity with silhouettes of police and military patrols in the streets attest, a region invaded every day by thousands of immigrant Han draining into the stations, pioneering the new Wild West, seeking their fortune by their overwhelming numbers and demographics of the country. But over the visits, a different vision is emerging: that of a country in deep and brutal economic transformation that challenges a thousand-year-old lifestyle and the fragile environmental balance of a high plateau so far populated by nomads. Irrigation canals, roads, hydropower, mining, airports but also schools, universities, hospitals reflect the colossal Chinese investment to a region of Tibet modern and profitable. In town, the shops full of clothes made in China, department stores align their battalions of uniformed vendors, nightclubs attract Tibetan youth come to listen to Western music. All this shows the desire to woo the official authorities who rely on the influx of consumer goods and even show some tolerance for religious practices or the teaching of Tibetan culture.
The symbolic power of black and white photographs of Laurent Zylberman is that they condense, often in a single image, clashes between two systems of values carried by two communities where relationships between misunderstanding, mistrust, often disregard . Unexpected encounters, sometimes funny, collisions are temporal manifestations of friction between these two cultures, a materialistic, aggressive-oriented technical efficiency, the conquest of new wealth, the other primarily spiritual, faithful to a conception of man´s place in a cyclical time and immutable cosmic order.
Etiquetas: Fotografía