«¡1914! La vanguardia y la gran guerra»
Boccioni, Brancusi, Dix, Grosz, Heckel, Kandinski, Klee, Léger, Mueller, Schiele… hasta 60 autores.
Pintura, escultura, grabados, caligramas,dibujos.
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7 de octubre-11 de enero de 2009
Museo Thyssen-Bornemisza
Paseo del Prado 8, Madrid
entrada: 5€
Fundación Caja Madrid
Plaza de San Martín 1, Madrid
entrada gratuita
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Tras el chasco de la última exposición de Miró, que no cubrió las expectativas en número de visitas, llega ahora este panorama del arte de vanguardia con la esperanza de recuperar el favor del público.
No parece la mejor apuesta: un orden confuso, un guión pretencioso y muchas obras menores componen esta exposición que se presenta irregular, falta de materiales importantes y sobrada de retórica.
Tras la recordada «Brücke, el nacimiento del expresionismo alemán» que tuvo lugar en los mismos espacios en 2005, llega ahora una continuación de aquella, más forzada aquí para que la obra que se ha conseguido -84 prestadores- encaje en el discurso teórico.
No es extraño que parte del material expuesto esté datado antes de 1914: todos los planteamientos artísticos llegan ya elaborados a esa fecha. Recuérdese, por ejemplo, que el grupo Brücke se disolvió en 1913, el expresionismo ya estaba formulado desde 1911 como antítesis del impresionismo y eran moneda corriente el fauvismo el cubismo y el futurismo italiano.
Se echa de menos el rigor de Magdalena M. Moeller que fue comisaria entonces junto a Javier Arnaldo, que firma ahora, en solitario, la muestra y el catálogo. Una presentación dividida en capítulos temáticos de títulos rimbombantes («La hora de las acusaciones», «El oscurecimiento del mundo», «La segunda visión», «Últimos días de la humanidad», etc) que agrupan obra diversa separada por paneles de textos de escritores coetáneos (Ezra Pound, Georg Heym, Apollinaire, Blaise Cendrars, etc.) que acentúan el carácter «intelectual» del planteamiento, al límite de la pedantería. La fragmentación de los autores y la organización del material por epígrafes abstractos, convierte la visita en un galimatías, con permanentes saltos adelante y atrás. En el primer capítulo sin ir más lejos, aparece una ilustración de Léger de 1918 junto a un óleo de Franz Marc de 1913.
Entre abundante obra menor y algún que otro relleno, bocetos, apuntes y dibujos de pequeño formato de Chagall, Dix o Klee, destacan, con fuerza, las piezas de Grosz, Kirchner, Boccioni y Schiele, algunas extraídas de la propia colección del Thyssen.
La narración visual se contrapuntea, además, con algunas esculturas, bronces la mayoría, de Lehmbruck, Brancusi, Epstein o Barlach.
Con las paredes pintadas de un mortecino verde inglés, que se convierte en verde-amarillo cuando se trata de acentuar la presencia de las esculturas, y una iluminación, como siempre, nefasta, la presentación de la obra está mal valorada, deficientemente jerarquizada y peor administrada: «El carnicero» de Constant Permeke, en la Fundación Caja Madrid es sencillamente imposible de ver. «La ducha de los soldados» De Kirchner, en la misma sala, refleja las cristaleras de entrada y la luz de la calle. Lo mismo ocurre con las esculturas.
Con la sucesión de banderolas y grandes lonas que proliferan en la capital, la señalización exterior es, sencillamente, ineficaz en el entorno del Thyssen y grosera y poco respetuosa en las calles laterales de Caja Madrid.
El catálogo (47,50 euros) un alarde de erudición y minuciosidad, se pierde en los detalles y convierte su lectura en un trabajo agotador. La elección de la tipografía y el fondo de color de las cajas de texto banalizan la presentación.
La exposición, en fin, no deja de ser una secuela de la que organizó la UNESCO, «Art of the first world war», para conmemorar el 80 aniversario del armisticio de 1918. El historiador y «curator» Philippe Dagen organizó un encuentro verdaderamente ejemplar y completo – 100 autores representados- del arte que se produjo a uno y otro lado de la línea del frente de guerra, y dejó planteado un trabajo pionero y definitivo sobre el periodo. La comparación, aunque odiosa, resulta inevitable.
Añádase una comunicación deficiente que recae en la figura del propio comisario como «estrella» del evento -el Museo Thyssen sigue sin director de comunicación y sin estrategia- y poca gloria y ninguna pena puede augurarse para este refrito.